Sus paredes fueron pintadas simulando irregulares piedras y servía para juntar agua de lluvia con la que se lavaba la ropa delicada y los enredados y largos cabellos de mis hermanas y el mío…
Subida a una silla pude asomarme, cuando nadie me veía, en una tranquila siesta de verano, pero nada pude ver, sólo una gran oscuridad.
En ese aljibe de piedras dibujadas vivía –en mi imaginación- la solapa, la que ayudada por Hugo, lo supe muchos años después, aparecía detrás de los ladrillos de fondo, al canto de las palomas.
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