Todo hacía pensar que esa gran ausencia haría incompleto nuestro pesebre, pero esa noche vimos en el cielo una estrella luminosa.
Habían sido más de treinta aquellas navidades, de esas que se esperan, que se sueñan. Nada quedaba sin ser programado, el arreglo de la mesa, la comida, los adornos en las paredes, las más de cincuenta almas rodeando la larga mesa preparada para la ocasión. Pero lo más esperado, era el pesebre viviente que año tras año poníamos en escena, siempre acompañado por un coro que no sabía bien la letra de las canciones navideñas…
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