Huellas de mi pueblo y sus siestas con Solapa. Libro, relatos, poesía, historias de Viale, Entre Ríos, Familia Bovier. Estela Bovier de Haenggi
Aquí estoy, ...pisando fuerte!!
...acercaré la silla de mimbre que traje de otros tiempos y leeré mis historias ...
miércoles, 29 de abril de 2009
Subida a una silla pude asomarme, cuando nadie me veía, en una tranquila siesta de verano, pero nada pude ver, sólo una gran oscuridad.
En ese aljibe de piedras dibujadas vivía –en mi imaginación- la solapa, la que ayudada por Hugo, lo supe muchos años después, aparecía detrás de los ladrillos de fondo, al canto de las palomas.
Pero no duró mucho la ilusión, a los pocos meses nos enteramos que el comerciante se había ido a vivir a otra provincia, llevándose con él los sueños de unos ingenuos y avaros estudiantes,… nosotros, los de quinto…
Entre ferias de platos y venta de empanadas se nos ocurrió una idea. Traer a “Los Iracundos"... pero truchos…
martes, 28 de abril de 2009
Mis hermanas mayores, Elvy y Susy, seguramente respondiendo a mis interminables preguntas, propias de una niñita de 3 años, me habían contado que dentro de ella vivían pequeños hombres, por lo que para mi era muy difícil entender como llegaban a través de un cable tan angosto.
Más tarde, cuando ya tenía ocho años, gran parte de mi familia se reunía a la hora señalada a su alrededor, para no perdernos detalle de la esperada novela. Mis escasos años no me impedían estar allí, imaginando el caballo cuyo galope escuchábamos, el licor que servían en el vaso, la puerta donde llamaban, o el parque lleno de flores donde paseaban los enamorados, cuyo trinar de pájaros llegaba a nuestro oído. Es que era “Jorge De Torres y su gente”, o “Bernardo de Bustinza”, o “Alfonso Amigo”, quienes a través de la radio nos traían la ilusión de vivir una atrapante historia que seguíamos atentamente día a día, para luego al finalizar la misma, traernos la obra a nuestro pueblo.
La noche elegida, la mayoría de las familias se reunían frente al escenario especialmente preparado de “Viale Foot ball Club” o del “Club Arsenal”, para al fin, conocer el rostro de los protagonistas, quienes hasta ese momento sólo estaban en nuestra imaginación.
Y el día después era nuestra fiesta, con los chicos del barrio comenzaban los ensayos, era suficiente con improvisar nuestro telón colgando entre los árboles de mandarinas que había en el fondo, el toldo sacado sin permiso de doña Clara Gramundi, una buena vecina que además era abuela de Silvia, y ya nos sentíamos toda una compañía de actores.
Sin problemas ni timidez alguna, nos disfrazábamos de acuerdo al papel asignado, cuya letra conocíamos gracias a que todos o casi todos escuchábamos la novela por la radio. Era así que por la tarde, después de los deberes, hacíamos nuestra presentación frente a la mirada atenta de nuestros invitados, el resto de los “gürises” de “Villa Tranquila”, a quienes, tal vez compensando su esfuerzo, les repartíamos mandarinas, después de cobrarles la moneda de entrada. Con pantalones cortos y rodillas rotas, formaba parte de ese menudo público Sergio Schmunck, actual intendente de la ciudad de Viale.
Pasaron los años y dejé mi pueblo natal para seguir una carrera universitaria en Santa Fe. Allí mientras estudiaba, si bien nada tenía que ver con mi actual profesión, para desafiar a un compañero de facultad, tomé coraje y me presenté a un concurso de locución que se hacía en el Salón Dorado de L. T. 9 Radio Brigadier López de esa ciudad, radio a la que ingresé junto a otros dos participantes y en la que trabajé durante casi tres años. Años más tarde, pude trabajar en L T. 14 Radio General Urquiza de Paraná.
La experiencia permitió que conociera por dentro a ese aparato con cable que tanto llamó mi atención, y la de todos los niños de mi época, porque estaba rodeado de misterio.
Cómodamente me instalaba en el asiento trasero del auto...Ellos estaban felices seguramente por mi compañía. Tanto es así que al llegar a destino, me compraban caramelos masticables que yo disfrutaba luego en la oscuridad de la sala...
Cuando se apagaban las luces, misteriosamente el proyector se asomaba por una diminuta ventana disimulada en la pared trasera. Desde allí, salía un fuerte rayo de luz que se reflejaba en la pantalla, y empezaba la función…
Recuerdo que había dos cómodas escaleras por la que se accedía a los balcones, una a cada lado, adonde se ubicaban la mayoría de las parejitas…
lunes, 27 de abril de 2009
En la madrugada nos sorprendía un tímido golpeteo en la ventana del frente de casa, que justo daba al dormitorio de mis padres…
Con mis hermanas saltábamos de la cama y con cuidado nos asomábamos a la ventana, refugiándonos en la oscuridad de la noche para que no nos vean en camisón...
Cuando comenzaban la tercera o cuarta interpretación, todas dedicadas a las hermanas mayores, papá ya estaba en su salsa, y para demostrar su agradecimiento a quienes nos alegraban la noche de manera gratuita y “desinteresada”, …
lunes, 20 de abril de 2009
...Este libro, este pájaro, posó hoy su vuelo entre nosotros trayendo en su pico retazos de vida, vivencias de un ayer que marcó el accionar de su autora al evocar su pasado, descorrer el velo que lo cubre y en alas del recuerdo, desglosar cada uno de esos momentos cargados de emotividad que signaron su vida.
Cada una de sus páginas son trocitos de vivencias, de recuerdos que anidan en su interior y como pájaros con sus alas desplegadas, abandonan el nido y surcan el cielo de los sentimientos más preciados, para permitirnos evocar un mundo que también puede ser nuestro.
Buscando las huellas de su pueblo, hizo que desfilen en recuerdos, lugares y acciones que también nos pertenecen y afloren desde lo más profundo de nuestro ser; aquí están sus travesuras de niña, las costumbres típicas de entonces que hoy han quedado postergadas en el tiempo, aunque algunas de ellas han perdurado en nuestras familias.
Eran otros tiempos, otras urgencias, pero los mismos sueños...
Profesora Amalia Zapata de Zaragoza
Máquina del tiempo...
Gracias a la autora y con la agradable sorpresa de ver con que tesonera voluntad ...ha sabido volcar sus más caros recuerdos para universalizarlos sin egoísmo alguno, nos acercamos al conocimiento general como fruto de sus mejores y más bellas evocaciones...
Porque esta historia comenzó a plasmarse cuando muy niña, porque supo andar descalza gozando en las cunetas con el barro que se escapaba entre los dedos de sus pies; porque se alegró con la llegada de cada tren; porque se fascinó viendo los barriletes zurcando el cielo; porque supo lo que era despertarse con el canto del gallo del gallinero propio o del vecino;...
Amigos: tienen ustedes la hermosa posibilidad de internarse en la máquina del tiempo para revivir instancias que se quedaron atesoradas entre los pliegues de vuestra memoria ... Periodista Luis María Serroels
La nieta del mecánico de la esquina, Anita, vino a buscarme trayendo dos bastones hechos con gajos de paraíso con los que nos ayudaríamos en nuestra aventurada caminata. Son los mejores decía, mientras hacía una seña agitando su mano derecha para apurarme. Como no podía salir sin avisar, busqué a mamá por toda la casa.
Pensé que había ido a lo de Olga, una señora enfermera que vivía a tres cuadras de casa, cruzando el “campito” de la Iglesia. Se trataba de una canchita de fútbol donde los chicos del barrio jugaban por las tardes. Por suerte yo era mayor, tenía un año más que mi amiga, ella sólo tenía cuatro años.
Y fuimos a buscarla, descalzas por la cuneta. Llegamos fácil, ... siempre “chapaleando” barro. Como no estaba allí, decidimos cruzar a la vieja casa del abuelo Juan, donde mis tías Mecha y Marta nos recibieron como “visitas”. A mi me gustaba cuando me trataban como una visita, me convidaban con torta casera y me escuchaban atentamente, mientras yo contaba todo, pero todo, de mi casa. Lo que se podía contar, y lo que no también. Era lindo sentirse tan importante.
Pronto llegó la noche, y las tías, que recién entendieron que andábamos sin aviso, nos llevaron rápido, casi sin tocar el suelo, de vuelta a casa. Anita, mi compañera de aventura, me miraba de reojo, es que al igual que yo presentía una tormenta, esta vez sin lluvia.
En casa había muchos vecinos preocupados, esas cosas de la gente grande. En realidad, todos temían al aljibe del fondo, oscuro y lleno de agua.
Recuerdo el abrazo y las lágrimas de mamá, ... ya no la paliza.
domingo, 19 de abril de 2009
La calle de tierra, más tarde supe que se llamaba Catamarca, era lo único que me separaba de esos vecinos y a ella cruzaba todas las tardes, después de la leche, arrastrando una pequeña silla de madera y mimbre. Don Federico había fallecido cuando era joven debido a la mordedura de un perro que era guardián de su molino y al que habían envenenado.
Su esposa, doña Alejandra, quería mucho a mi familia y era una especie de abuela nuestra. Además, uno de sus hijos varones, Nicolás, se casó con una hermana de mi papá, pasando a ser parte de mi familia.
Elena, que ya era grande, cuando mamá no podía hacerlo, solía acompañar a mis hermanos mayores a ver las obras de las compañías de radio teatro que cada tanto llegaban a pueblo. Ella tenía guardada como recuerdo de su niñez una muñeca hermosa, y verla justificaba mi travesía de todas las tardes. Hoy, a la distancia, pienso que es posible que su origen haya sido europeo. Me deslumbraba porque tenía mi tamaño y aunque lucía inalcanzable sobre la heladera a kerosene, su boquita entreabierta por la que asomaban blancos y parejos dientes, parecía sonreír cada vez que me veía. Completando mi asombro, sus ojitos se abrían y cerraban luciendo larguísimas y onduladas pestañas. Casi siempre iba acompañada de mi hermano Hugo, quien para no inquietar a mamá avisaba con un tranquilizador “...voy a lo de Engo y mengo”
El ritual se repetía en cada visita. Hugo se entretenía inventando mil juegos en el amplio patio y a mi me sentaban en la cocina, o bajo la sombra generosa de un árbol inmenso y ponían sobre mi falda –con mucho cuidado porque era de porcelana- a la muñeca vestida con un largo y almidonado vestido blanco, cuyos detalles recuerdo todavía.
A estos queridos vecinos, cuando nos fuimos a la casa nueva, ubicada en calle 3 de febrero, los extrañamos mucho. Aún hoy, Elena y mamá mantienen esa linda amistad.
En mi nuevo barrio conocí a doña Clara y a don José Gramundi, quienes además de una carpintería, tenían un pequeño almacén, el que si bien no llegaba a ser el clásico almacén de “Ramos Generales”, tenía un surtido muy importante de mercadería. Sobre el mostrador lucía para la venta, junto a una gran cuchara de madera, un inmenso tarro de cartón repleto del más rico dulce de leche que recuerdo haber comido, del que comprábamos en pequeñas cantidades, para lo cual debíamos llevar siempre una taza.
Recordar esos vecinos trae hasta mi un singular aroma a glicinas, ya que sus flores asomaban desde su jardín y caían arracimadas sobre nuestro tapial. Vivió mucho tiempo con ellos su nieta Silvia Francisconi, quien fue una entrañable amiga con quien compartí muchas cosas durante mi niñez y adolescencia. Desde hace muchos años vive en Córdoba, por lo que no la frecuento, aunque seguimos sintiéndonos amigas.
Me gustaba ir a visitar a doña Clara, porque ella como buena abuela, se tomaba su tiempo para hablar con los chicos, y me hacía sentir que era su visita, a pesar de mi corta edad, por lo que para mantener su atención le contaba todo de todos. Una tarde de esas, sentada sobre una alta silla de mimbre hablaba de mis dos hermanas mayores, de las últimas diabluras de Hugo, de los ceniceros con forma de herraduras y cabezas de caballos que había fabricado Lalo en la escuela Industrial, y del nuevo talco pédico que había comprado mamá, con el que había terminado por fin “con el olor a pata” de las zapatillas de mis hermanos.
La charla estaba tan interesante que no podía perder tiempo, por lo que seguí parloteando hasta que un líquido caliente humedeció mis ropas e inundó el mimbre de la silla. Mi interlocutora no se había dado cuenta, por lo que decidí permanecer quieta. No pasó mucho tiempo hasta que una inesperada e inoportuna lluvia cayó debajo de la silla y nos sorprendió a las dos, la que nada tenía que ver con el cielo despejado de nubes que asomaba por la ventana.
Con los cachetes encendidos, según cuentan, di un salto para bajarme rápido de la silla y me despedí de la dueña de casa con un apurado “me voy”, dejando un charco que me delataba justo en el medio de su comedor.
Hoy las cosas han cambiado, y la vida transcurre más apurada e indiferente entre los vecinos. Pero en esa época en la que las puertas no tenían llaves y casi siempre estaban abiertas, en la que los celulares no existían y eran muy pocos los teléfonos, los vecinos cumplían una función muy importante en la vida de la gente ya que formaban parte de ella y compartían las alegrías y las tristezas cotidianas. Según decía mamá “¡...son los primeros que están a tu lado cuando los necesitas, ... son los primeros en llegar”...!
jueves, 16 de abril de 2009
miércoles, 15 de abril de 2009
Habían sido más de treinta aquellas navidades, de esas que se esperan, que se sueñan. Nada quedaba sin ser programado, el arreglo de la mesa, la comida, los adornos en las paredes, las más de cincuenta almas rodeando la larga mesa preparada para la ocasión. Pero lo más esperado, era el pesebre viviente que año tras año poníamos en escena, siempre acompañado por un coro que no sabía bien la letra de las canciones navideñas…
lunes, 13 de abril de 2009
miércoles, 8 de abril de 2009
Recuerdo que un día estando con Silvia sentadas en el tronco caído al frente de casa, las vimos pasar y decidí pedirle a los Reyes Magos un muñeco así. Yo sabía que tenía buena onda con los Reyes, tanto que una vez el Negrito Baltasar me había mandado una carta, con la marca como sello de una pata de camello…
Esa noche, como siempre lo hacíamos, dejé junto al pesebre agua y pasto para los camellos y un vaso de vino para los Reyes…
...Hace un par de años, la ahora tía Amalia, se acercó a mamá cumpliendo una promesa que le hizo a su padre antes de su muerte. Llevaba consigo una reveladora poesía donde sintetizaba sus sentimientos y se refería al vínculo de ambas, al que gracias a su condición de poeta, definía con la acertada expresión “ramas de un mismo tronco”. Ese acercamiento permitió que mamá, definitivamente, abriera el cofre de su corazón donde guardaba bajo siete llaves el secreto de su historia...
lunes, 6 de abril de 2009
Un cartero en apuros
En el pueblo todos lo queríamos, pero nada hacía pensar que ese hombre- niño sufría por amor. Por sus pasos exagerados, que lo hacían llegar rápido a todas partes, recibió el apodo de “Pataleo”, aunque su verdadero nombre era Rogelio, …Rogelio Salas.
…En escasos minutos podía recorrer el pueblo entero, por lo que no nos sorprendía encontrarlo cumpliendo distintas actividades, casi al mismo tiempo. Tanto es así que hasta era el encargado de hacer sonar las campanas de
domingo, 5 de abril de 2009
La cigüeña
Los niños de mi época teníamos muchas preguntas sin respuesta. Eso era normal, ya que casi no había diálogo o era muy poco lo que podíamos preguntar. Son cosas de grandes, nos decían, y eso era suficiente para terminar con cualquier interrogante…
En Viale, todos los nacimientos o casi todos, fueron asistidos por parteras. Había dos muy conocidas, la señora de Riffel y Juanita Pizul. En realidad, a mi, al igual que a todos los niños, nos hablaban de la visita de la cigüeña, a la que imaginaba como la dibujaban los libros y revistas de entonces. Un ave muy grande con un pañuelo que colgaba de su largo pico, donde viajaba el bebé recién nacido que llegaba a la casa elegida, …