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Aquí estoy, ...pisando fuerte!!

Aquí estoy, ...pisando fuerte!!
(no se asusten, es sólo un sueño atrevido)

Me gustaría poder compartir con ustedes éstos, ... mis mejores poemas...!

...acercaré la silla de mimbre que traje de otros tiempos y leeré mis historias ...

lunes, 18 de mayo de 2009

La oscuridad de la noche y los primeros relámpagos preocupaban al abuelo Juan. “Se viene el tiempo y hay mucho camino de tierra por delante”, le decía a papá mientras preparaba el mate junto a su cocina a leña de la vieja casona de la esquina, donde iban a quedar al cuidado de las tías, mis hermanas mayores Elvy y Susy, aún niñas.
Con su experiencia como camionero, papá trató de tranquilizarlo, y luego de cargar el equipaje, se sentó al volante de su camión, acompañado de mamá que me llevaba en la falda, y de mis hermanos Lalo, apenas adolescente y Hugo, un niño de siete años. El reloj de pared del comedor marcaba las tres y media de esa madrugada.
Iniciamos el viaje con destino a la ciudad correntina de Curuzú Cuatiá, por la ruta de tierra, que llevaba a La Paz. La misma se iluminaba cada tanto, y los sonoros truenos anunciaban la inminente llegada de una lluvia torrencial. Luego de La Paz, pasamos por Feliciano, siempre tratando de ganarle al tiempo.
Los viajes se hacían cortos con los cuentos de papi, historias que siempre contaba como propias, por lo que despertaban aún más nuestro interés. Todo giraba en cuentos de luces malas, del diablo transformado en bebé que encontró el abuelo andando a caballo, de aparecidos. Siempre remataba el final con salidas cómicas, muy de su estilo, tales como “¡qué cosa que muere gente que nunca ha muerto, che!”, o comentarios como “Todos tenemos dos ojos, una nariz, dos orejas, una boca. ¡Pero somos todos distintos! ¿Cómo puede ser?”.
Cerca del mediodía llegamos a San Jaime de la Frontera, donde compramos frutas y algunos sandwichs, “para no parar”, decía nuestro chofer. Allí se enteró, por la radio del comedor, que en Viale ya estaba lloviendo, y el mal tiempo venía hacia nosotros en un gris plomo amenazador.
Había una razón que justificaba nuestro apuro. El camión estaba cargado con pasto para ser vendido en Corrientes como alimento para animales, el que no debía mojarse. Cuando llegamos a Curuzú Cuatiá, buscó un hotel, donde bajó mamá con los bolsos y conmigo, a quien para que no me mojara, llevaba casi volando, apretándome de la mano. Posiblemente nuestro refugio tenía menos estrellas que el cielo de la noche anterior, o tal vez ninguna, porque mamá aún hoy recuerda que la puerta no tenía cerradura y la comida estaba cruda. Pero todo estaba bien y lo disfrutábamos...

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